lunes, 18 de marzo de 1996

DIAMANTE ROTO

Segundo premio en el Concurso de Relatos por su consistencia narrativa, bien expresados sentimientos y su plasticidad. Buen manejo del tiempo y buen final.
Acabo de recordar todo lo que pasó. No sé donde estoy ni porque me siento así, como bajo un profundo y denso mar de sensaciones. Sólo estoy recordando lo que pasó y da la impresión de estar muy lejano... el motivo lo diré sólo después de disculparme con todos aquellos a los que dejé y que espero que me echen de menos.
A mi familia no la culpo de nada... Quizás ellos no me apoyaron lo suficiente, no me conocieron en realidad... ¡Para qué engañarnos! Estaba tan obsesionado con mi libertad y mi independencia que me encerré yo mismo en una jaula en la que no dejé entrar a nadie. Me intentaron ayudar, es cierto, pero a su manera, que no fue demasiado eficaz: psicólogos, presiones, castigos y recompensas, excesos de cariño... Aunque esto último suena algo raro es la pura verdad. Su cariño no hacía más que ponerme en continuos compromisos emocional, es por así llamarlos. Me pedían que eligiese entre su cariño o mi libertad, su protección o mi independencia, su ingenuidad o mis ansias de madurar. No quise darles más oportunidades... No se las supieron ganar; pero en el fondo lo siento, no quería herirles, pero mi rencor fue más fuerte.
A mis amigos realmente no sé que puedo decirles. Ahora estoy tan confundido que va a dar la impresión de que no supe valorar la verdadera amistad. Esa amistada que se ofrece desinteresadamente y de todo corazón. Mis palabras de despedida en aquella breve carta que os dejé, no creo que sirvieran de consuelo o de ayuda, pero al menos, no os quedasteis en la confusión de un porqué o un sentimiento de culpa. Simplemente os quiero pedir perdón aunque sea tarde. No sé siquiera si me merecía vuestro apoyo... Tantas risas y tantas lágrimas, ¿para qué? ¿Para que dos simples cortes acabasen con todo? Lo que hice no fue justo para vosotros, seguro que os he decepcionado, pero sabéis que yo no servía para contentar a nadie. Ni siquiera a mí mismo.
Vosotros, los que me conocisteis de verdad, pensabais que yo era fuerte, y jamás cesé de repetiros que eso era lo que aparentara ser, que plantaba cara a mis problemas, pero ellos eran más fuertes que yo. Os ayudé en todo lo que pude, e intentasteis devolverme el favor, pero fue demasiado tarde... para vosotros y para mí. No me di cuenta de mi estado hasta que no llegó a un extremo al que me aferré por mi propia locura, que se desató cuando el amor vino a visitarme.
Fue algo fugar, rápido... "teóricamente" sincero y mutuo. Y me llevó a la perdición. Aún aquí recuerdo la primera vez que rocé sus labios, aquellas ansiosas miradas que lo decían todo, aquella confianza mutua, esa ternura fundida en pasión... cuando quise parar ya no pude.
Entonces llegó la verdadera confusión. Todo seguía a distancia pero sin seguir. Todo era precioso aún sin su presencia. Yo giraba alrededor de él y fue entonces cuando llegó el problema: jugó conmigo y con él mismo a la vez. Primero decía "te quiero" y luego cayaba ignorándome. Quise ignorarle pero me tenía en sus redes y no pude soportar la presión. Llegué a odiarle y a la vez, me odié a mí mismo por querer depender de él, de su antiguo e imaginario amor.
Quise cambiar radicalmente y vinieron los problemas. No existía equilibrio alguno entre mis pensamientos. Mis padres no podían ayudarme, mis amigos se sintieron incapaces de hacer nada: sus opiniones, a cual distinta, solo conseguían frustrarme aún más. Durante todo un mes estuve maldiciendo mi vida. Llorando y lamentándome en silencio. Pasé eternas horas escuchando música en mi cuarto sin más luz que la de una vela.
Una tarde me quedé solo. Tras haber escrito varias cartas, sumergido en mi rabia y en mi desesperación, comencé a desear mi propio fin. Abrí el cajón y allí encontré el abrecartas que días antes me había servido para hacer una inscripción en el mismo cajón: Love is suicide. Caminé descalzo sobre el frío suelo de mi habitación, sin rumbo fijo. Encendí otra vela y la coloqué ante mí. Sostuve la afilada hoja con mi mano derecha y no me lo pensé dos veces: de un rápido y enérgico corte rasgué mi muñeca izquierda, e hizo que mis oídos zumbaron con el chirriar de la hoja al deslizarla violentamente sobre mis huesos. Repetir la operación fue algo más difícil, el dolor empezó a abrirse paso a través del corte. El segundo no fue tan profundo como el inicial, pero provocó el mismo efecto: goteo.
Miré con extraña curiosidad como brotaba la sangre, como se deslizaba por las curvas de mis dedos y caía sobre su última carta. No sé porqué una profunda carcajada brotó de mi garganta, dando paso luego a un leve suspiro y a dos grandes lágrimas que desembocaron en el suelo sobre el cada vez mayor charco de sangre. Le había visto como mi salvación, mi compañera, mi amiga y mi amante.
Al darme cuenta de que su carta estaba empapada de sangre, me levanté a limpiarla. Fue dando ligeros tumbos, dejando dos leves hileras de goteo a mi paso. Entonces comencé a recordar, mientras clavaba mis pupilas en la vela, cada segundo junto a él, cada consejo de mis amigos, cada bronca con mis padres...
Todo me daba vueltas. Cogí su foto y al mirarla, poco a poco mi visión se fue enturbiando. Todo concluyó en el último pesado latido, y creo que me desmayé.
Tengo un vago recuerdo de haber visto todo desde fuera de mi cuerpo: mi madre llamándome a través de la puerta, su expresión de infinito dolor al encontrarme muerto dentro de un charco de sangre que casi me envolvía; las lágrimas de los que me rodearon, la frustración reflejada en las caras de los que recibirían mis cartas... los ojos del culpable hundidos en un mar de tristeza al conocer el "qué" y el "porqué".
Entonces no recuerdo nada más. Aparecí aquí, sin saber dónde estoy ni porque me siento así, como bajo un profundo y denso mar de sensaciones. Sin saber a quién estoy escribiendo ahora. Sin saber si estoy libre o preso, solo o con compañía, triste o feliz... Simplemente pienso en cómo se puede llegar a amar a una persona con un amor tan fuerte e irrompible como el diamante. Y como sólo esa persona puede romperlo.
Jamás debí hacer nada de aquello. Lo siento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario